Sunday, April 10, 2005

llorando



When the church hears the cry of the oppressed it cannot but denounce the social structures that give rise to and perpetuate the misery from which the cry arises.
A church that suffers no persecution but enjoys the privileges and support of the things of the earth - beware! - is not the true church of Jesus Christ. A preaching that does not point out sin is not the preaching of the gospel. A preaching that makes sinners feel good, so that they are secured in their sinful state, betrays the gospel's call.
On March 23, 1980, Archbishop Romero made the following appeal to the men of the armed forces:
Brothers, you came from our own people. You are killing your own brothers. Any human order to kill must be subordinate to the law of God, which says, 'Thou shalt not kill'. No soldier is obliged to obey an order contrary to the law of God. No one has to obey an immoral law. It is high time you obeyed your consciences rather than sinful orders. The church cannot remain silent before such an abomination. ...In the name of God, in the name of this suffering people whose cry rises to heaven more loudly each day, I implore you, I beg you, I order you: stop the repression
The day following this speech, Archbishop Romero was murdered.
Romero's murder was a savage warning. Even some who attended Romero's funeral were shot down in front of the cathedral by army sharpshooters on rooftops. To this day no investigation has revealed Romero's killers. What endures is Romero's promise.

Tras ser elegido papa Juan Pablo II, solicitó una audiencia en Roma para informarle de la dramática situación de El Salvador y de su trabajo por la reconciliación. La burocracia vaticana le hizo esperar varias semanas hasta ser recibido por el Papa. El encuentro no pudo ser más decepcionante, según el testimonio del teólogo alemán Martin Maier –gran conocedor de El Salvador, donde hizo su tesis doctoral en teología con Jon Sobrino- en su libro Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia (Herder, Barcelona, 2005). Juan Pablo, que había recibido previamente informes muy negativos sobre el arzobispo, le despidió con un mensaje descorazonador: Trate de estar de acuerdo con el Gobierno. El arzobispo de San Salvador salió llorando de la audiencia y comentó: El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia. En enero de 1980, poco antes de su asesinato, tuvo lugar un nuevo encuentro con el Papa, que bien puede calificarse de agridulce. Le invitó a seguir defendiendo la justicia social y a optar de manera preferencial por los pobres, pero alertándole sobre los peligros de que se infiltrara el marxismo y socavara la fe del pueblo cristiano. A lo que Romero respondió que también había un anticomunismo, el de derechas, que no defendía a la religión, sino al capitalismo.
Sin el apoyo del Vaticano y bajo la amenaza permanente del Ejército, lo que vino después no podía ser otra cosa que la crónica de una muerte anunciada. La gota que colmó el vaso fue al homilía pronunciada en la catedral el domingo 23 de marzo de 1980. Tras la lectura de una larga lista de los nombres de las víctimas de la violencia de la semana anterior, se dirigió al Gobierno, al Ejército y, especialmente, a los soldados, pidiéndoles en tono angustioso que dejaran de matar a sus conciudadanos: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre. Y terminó con esta llamada entre dramática y desesperada: En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!.
Los jefes militares interpretaron estas palabras como una llamada a los soldados a la insumisión a la desobediencia. Al día siguiente un oficial del Ejército calificó de delito la homilía del arzobispo. Ese mismo día, mientras celebraba una misa de difuntos en un hospital de la capital, los asistentes a la ceremonia religiosa vieron cómo se desplomaba detrás del altar tras recibir un disparo que terminó con su vida.

Rubén Blades: Buscando América: El Padre Antonio y su monaguillo Andrés= Al Padre lo halló la guerra un Domingo de misa, /dando la Comunión en manga de camisa. /En medio de un Padre Nuestro entró el Matador /y sin confesar su culpa le disparó. /Antonio cayó, hostia en mano y sin saber por qué /Andrés se murío a su lado sin conocer a Pelé; /y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez /estaba el Cristo de palo pegado a la pared. /Y nunca se supo el criminal quién fue /del Padre Antonio y su monaguillo Andrés. /Doblan las campanas,
un, dos, tres, /por el Padre Antonio y su monaguillo Andrés.

E, E, E, E, E, E

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